miércoles, 26 de mayo de 2010

El final de Lost: La caverna de Platón patas arriba



Ha sido una larga espera. Durante cuatro años vimos al tiempo ir y venir, en caprichosos flash backs y flash forwards, hasta en forma irritante cuando la isla se sale de control y salta como un disco rayado, de época en época, desorientándonos, para que todos estemos finalmente un poco perdidos, igual que los personajes. En el último capítulo de la serie Lost, exhibido recién, ya no hay tiempo, “no existe el ahora”, como dijo Christian Shephard (que en inglés suena casi igual a Christian Shepherd, “pastor cristiano”).
Descontando los reencuentros románticos al por mayor y las lágrimas, que después de cuatro años podían conmover a cualquiera, sí hay algo que reflexionar sobre este último capítulo largo duración. Luego de esta emisión, donde ya no hay tiempo, podemos entender por fin algunas de las claves que, conscientemente o no, los guionistas nos tendieron durante estas seis temporadas. Y todas nos conectan con un universo filosófico, de raíz idealista. Así podemos afirmar que la escotilla es la versión creada por Dharma de la cueva que aparece al final, de donde emana la fuente y la luz. Ambas son emulaciones de la caverna de Platón, en su más profundo sentido.
Platón, en su mito de la caverna, plantea que existe un mundo de las ideas, donde está la verdadera esencia de las cosas. Los hombres alguna vez contemplamos, en otra vida, esa realidad ideal. Pero nuestro mundo nos mantiene relegados en una caverna oscura, donde sólo vemos las sombras de esa perfección que una vez nos iluminó. Todo: las opiniones, las cosas que podemos palpar o ver con los ojos, lo pasajero, son sombras del verdadero conocimiento. Platón propone que podemos volver a acceder dificultosamente al mundo de las ideas, a través de un proceso inducción, en el que ascendemos desde la caverna, a ciegas y penosamente. Y el método para lograrlo es justamente la reminiscencia, es decir, recordar.
Así es como Jack, Locke, Desmond, Kate, Claire, Hurley y cada uno de los personajes, mueren cada uno en su hora y luego se reencuentran sin reconocerse en una especie de purgatorio, en que tienen la oportunidad de vivir las mismas situaciones, con sus mismas identidades, pero de manera diferente, con otras opciones y sin la presencia de Jacob en sus vidas, atrayéndolos a la isla, que ahora está hundida bajo el océano. Aquí se define una gran pugna ideológica que protagonizaron Shephard y Locke desde el inicio: ¿estamos predestinados?, ¿podemos cambiar nuestro destino? El veredicto afirma que sí, que podemos libremente alterar el curso de nuestra vida. Por ejemplo, en esta vida alterna, Jack, antes de tomar el fatídico vuelo Oceanic 815, es padre y lucha por tener el afecto de su hijo. Locke está casado con Helen, con quien no se atrevió a comprometerse en su vida anterior, por estar obsesionado por la traición de su padre. Sawyer pasa de ser bandido a policía.
Cuando Jack decide ofrecerse para ser el guardián de la isla, es posible que él no haya sido “el elegido”. Probablemente siempre haya sido John Locke, pero Linus le robó esta suerte al asesinarlo, por celos, como reconoce finalmente. Y Jack se inmola, no sólo por heroísmo, sino porque ha descubierto que, pese a toda su rigurosidad científica, tal como Locke decía, todos tienen una misión que cumplir y la suya es ser el “Pastor”, que salva al rebaño y a la isla. Por eso se desvanece satisfecho al ver pasar el Avión Ajeera surcando los cielos.
Finalmente, sólo cuando todos han fallecido, unos antes, otros después, Desmond encabeza el plan para reunirlos en una iglesia e iniciar el paso a la otra vida, a la plenitud del reencuentro, al “mundo de las ideas”. Y este paso es posible sólo por la vía de la reminiscencia, al recordar el paso por la isla, que, entre muertes cruentas y duras separaciones, resultó ser la mejor parte de la vida de estos personajes solitarios. Sólo que aquí, a la inversa que en el mito de Platón, la caverna termina siendo la fuente luminosa de las ideas y el mundo exterior son sólo sombras de lo que hemos sido y de lo que podemos llegar a ser en plenitud.